martes, 21 de julio de 2015

Palazzo dei conti.


   Hace ya muchos años que los condes dejaron este mundo, aunque Carlo fue la excepción. Su espíritu, por algún capricho o maldición aun sigue preso entre los muros de este palacio. ¿Preso? ¡No! nada de eso, el alma etérea del conde tan solo pretende vigilar lo que durante años fue su residencia de vacaciones.
    Sus hijos y nietos, al morir el no quisieron hacerse cargo de tan magnifica morada, y lo que fue un lugar lleno de nobleza donde pasar su tiempo de ocio con grandes aristócratas, ahora tan solo es un lugar sombrío y ruinoso.
   Tal vez sea su disciplina, costumbrismo y rectitud lo que aun le mantiene en el mundo de los vivos, costumbres que en el pasado le proporcionaron un puesto de capitán de caballería y artillería en el ejercito. Un noble respetado por sus hazañas mas que por sus títulos.
 


    El conde siente cierto rencor hacia sus descendientes por abandonar su morada favorita y vender sus tierras, las cuales se extendían varios kilómetros alrededor. Rememora retales de su vida mientras pasea por su jardín, que ahora crece salvaje. Los años de esplendor del lugar, las cenas y los bailes de salón que ahora apenas son ecos de un pasado que muy pocos o nadie recuerda ya.





 De repente un ruido saca nuestro personaje de sus pensamientos. - ¡Alguien ha entrado en el patio de las cuadras!- Aunque realmente esto no le extraña demasiado ya que algunas partes del muro se cayeron hace tiempo. Tampoco le sorprenden las visitas. Hace muchos años que lleva viendo pasar a todo tipo de personas por su querida finca. Al principio tan solo curiosos, otras veces despreciables ladrones que poco a poco han ido desvalijando sus queridos muebles tallados, sus valiosos cuadros y tapices y también su orgullo y dignidad, ya que tan solo puede observarlos sin poder hacer nada. -¡Plebeyos y rufianes!- Algunos de ellos descendientes de los que fueron sus sirvientes en el pasado. De buena gana les enseñaría modales a estos personajes, pero el conde no es mas que una entidad errante sin cuerpo ni voz y pese a su orgullo castrense, a día de hoy no le queda mas que resignarse.

  Aunque últimamente nuestro conde acostumbra a recibir otro tipo de visitantes mas extraños. Estos vienen de diversas partes de Europa y acostumbran a mirar su palacio a través de unas extrañas lentes que emiten chasquidos. Aunque el no comprende lo que sucede, este tipo de visitas no le disgustan demasiado ya que por lo general a parte de sus raras costumbres, tan solo se dedican a explorar, admirar y comentar los resquicios de la gloria pasada del lugar, algo que aunque le resulte triste aun le aporta cierto orgullo y se dedica a acompañarlos y observarlos durante el tiempo que recorren su casa despojada de esplendor.

   -Vaya, hoy se trata de cuatro extranjeros, veamos que vienen a buscar.-



 -¡Españoles nada menos!-

 Los extranjeros recorren las cuadras y los garajes buscando la entrada a la morada. Tres de ellos llevan las extrañas lentes que emiten ruidos y otro de ellos empuña un artilugio que emite una luz muy potente y que les sirve de guía por las habitaciones del edificio.
   Nuestro aristócrata no comprende del todo que embauca tanto a los visitantes extranjeros mientras recorren las estancias del palacio.

 -Si lo hubieran conocido el lugar en sus tiempos de gloria se desmayarían de emoción-  piensa el conde.



   Uno de los visitantes avisa a los demás que visiten la capilla, pues según el, es el lugar mas interesante de todos. Al conde no le gusta entrar en la capilla, allí en la cripta estuvieron enterrados sus antepasados y el mismo, hasta que el palacio fue abandonado y sus restos fueron trasladados a un panteón familiar. Esto llena al conde de vergüenza y rabia y prefiere quedarse fuera y vigilar a los extranjeros a través de las ventanas mientras estos con cuidado se mueven por el lugar.

-Parecen respetuosos cristianos de los se arrodillan ante la imagen de la cruz- piensa el conde.

La realidad es algo distinta ya que los visitantes se mueven agachados y de rodillas para evitar ser vistos por ventanas que dan a la calle.



Prosiguen su visita por los pisos altos observando cada friso, cada reseña de arquitectura, cada fresco descolorido en paredes y techos.

-Frescos y trampantojos, ni siquiera unas molduras- dice uno de los visitantes. -parece la casa de un "quiero y no puedo"-



Aunque el conde no esta familiarizado con esta expresión si que ha entendido lo que quería decir y monta en cólera al oír semejante despropósito de la boca de un plebeyo, que ademas de entrar en su palacio sin permiso se dedica a criticar lo que fue una delicada decoración.

-¡Molduras, yo te daré molduras a ti!- Grita el conde en sus pensamientos.
Afortunadamente se tranquiliza al oír a los otros visitantes que alaban los detalles de la decoración, especialmente los frescos de los techos, alguno de ellos distingue la temática de estos. Otro incluso se lamenta del expolio y deterioro del edificio.

   El conde admira profundamente que existan personas que lamenten su perdida.






-Llevamos aquí ya mucho tiempo y se hace de noche, creo que deberíamos irnos- comenta uno de los extranjeros -ademas el lugar no ofrece mucho mas que ver.

Estas palabras resuenan en la mente del conde. El también lleva demasiado tiempo entre esos muros, tantos que no puede recordar una cifra. Sabe que no tiene sentido quedarse donde no hay nada que proteger ya, tal vez sea hora de olvidar el rencor y reunirse con los suyos para descansar y tal vez recordar junto a ellos la época dorada de su querido palacio...


  Hasta siempre conti "M"